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Cartografía erótica en el valle del Yokavil: mineros, chongos y travestis

Por: Alejandra Gutiérrez Saracho

Una crónica nos invita a reflexionar cómo las tensiones entre los procesos económicos, la producción del espacio habitable y la migración no sólo generan cartografías nuevas, sino que abren coyunturas para experimentar el deseo. No es lo novedoso de un lugar lo que nos lleva a intentar cosas nuevas, sino la sensación de ser otra persona y, por un momento, vivir algo que nuestra cotidianidad nunca nos permitió.1

Por: Alejandra Gutiérrez Saracho 2

La ciudad de Santa María es un departamento que está situado al oeste de la provincia de Catamarca, y ésta, a su vez, en el norte de la República Argentina. Su nombre, Santa María de los Ángeles del Yokavil,3 tiene su origen en el siglo XVIII (1710) y fue fundada por Ambrosio Muñiz Cancino el 2 de febrero en honor a la Virgen de la Candelaria, patrona del pueblo. En el censo de 1991, la población total era de 16.9 mil personas y en la zona urbana era de 7.5 mil; pero, rumbo al año 2001, la cantidad llegó a 22.1 mil habitantes. 4  

Una mañana de 1996, en los distintos programas radiales del pueblo, los comunicadores empezaron a hablar de minería, algo que la mayoría de los santamarianos no sabía de qué se trataba. Un día se vio llegar por la entrada de la ciudad a varios camiones muy grandes “que parecía que traían ciudades arriba de sus acoplados”. La gente dejó de hacer sus actividades diarias, salió de sus casas o trabajos y se dirigió a la calle Esquiú, una de las principales del pueblo, para ver la llegada de esos carruajes faraónicos. En las veredas la gente aplaudía. Parecía que era la fiesta de algún santo patrono, pero no lo era.

A medida que avanzaban los camiones, algunos autos propios al estilo de los años 90 acompañaban con bocinazos como forma de recibimiento a la llegada del “prometido progreso”. Los dirigentes políticos (radicales y peronistas) locales, festejaban esta llegada, porque, para la comunidad santamariana y el oeste provincial, era uno de los sueños más anhelados: el despliegue económico y la creación de fuentes laborales. Estos discursos brotaban de sus bocas llenas de tufo a cigarrillo y café, y se repetirían desde ese día por todas las emisoras de radio locales, además de leerse en los periódicos provinciales El Ancasti y La Unión.

Minera la Alumbrera5 era el nombre de aquel sueño que iba a llegar algún día y que se hizo realidad —o, mejor dicho, que lo hicieron realidad—. Desde ese momento todos y todas le decíamos “La Alumbrera”, usando el articulo la como si fuese una mujer quien llegaba. Pero era lo contrario: los que llegaron eran todos varones.

Rápidamente los y las curiosas se acercaban caminando o en bicicletas. Al final de la avenida 9 de julio, en un predio de la familia Villagra, empezaron a descargar cajas inmensas. Parecía que venía un circo, pero rápidamente empezaron a construir casillas de madera, y esa misma noche se hizo la luz en el predio. Esa miniciudad cobró vida propia como un Frankenstein. Su nombre era Campamento Minero La Alumbrera Ltda.

Al día siguiente empezó a correr el chisme de la llegada de aquellos visitantes. Se decía que muchos eran brasileiros por su color de piel, gente extraña para el paisaje del Yokavil. Los vecinos que vivían en los barrios San Agustín, La Soledad y El Recreo, colindantes con el acampe, empezaron a atrincherarse. Las puertas de las casas se cerraron con llave. Otros pusieron rejas: había un cierto temor a aquellos forasteros.

El pueblo empezó a tener desde ese día un movimiento de “hombres exóticos” que andaban en camionetas Toyota 4×4, de color blanco con antenas de radios arriba. Aquellos vehículos empezaron a ser la utopía para muchos varones del pueblo, a tal grado que hasta les quitaba el sueño y los distraía al verlas transitar por las calles.

Imagen 1: Automóvil en un camino de Catamarca.

La minería no solamente trajo “progreso económico”, como sostenía la dirigencia política, sino que también trajo la circulación de cuerpos eróticos masculinos: los llamados “mineros” en el lenguaje local, quienes empezaron a ocupar los pocos hoteles del pueblo —que, por cierto, no daban abasto—. Asimismo, comenzaron a surgir pensiones en las casas de familias para cubrir la demanda de aquellos hombres llegados en las 4×4. Algunas familias dejaron de lado los miedos y prejuicios frente a esos extraños y los albergaron en sus casas. Muchos acondicionaron habitaciones sin uso para rentarlas, produciendo un flujo económico que no existía hasta ese momento.

La llegada de estos hombres viriles, que andaban de día con ropa ajustada mostrando sus cuerpos marcados, transformó la geografía erótica del lugar. Estas masculinidades (en algunos casos muy hegemónicas, es decir, varones blancos, altos y con ojos de colores) empezaron a circular por las calles y veredas del pueblo, situación que fue despertando cierta curiosidad y deseo. Los hombres comenzaron a consumir en los pocos locales y se fueron apropiando de la noche y las fiestas, como un descargo para escapar de la brutalidad que imponía su oficio.

Así empezó el auge de las pizzerías y lomiterías cerca de los lugares donde se hospedaban los forasteros. Cada noche, en las veredas de los bares, se desplegaban mesones esperando a la manada de machos que ocuparan esos espacios. Luego de la cena, las noches de verano vallisto se prestaban para la fiesta: los boliches y pubs abrieron sus puertas, convirtiéndose en el lugar favorito de estos cuerpos heteroeróticos masculinos que llegaban en las 4×4 y que se estacionaban fuera del boliche KaSama, del ex pub Pipa y de la bailanta de cumbia Diamante Disco. Las camionetas estacionadas parecían una caravana de camellos blancos en un desierto: esa estética y movimiento irrumpía en la geografía local, produciendo una fisura en la tranquila y monótona vida cotidiana del lugar, para dar paso a otros modos culturales y (con)habitables con esos viajeros.

A medida que iba pasando el tiempo, lo exótico pasó a ser familiar. El nuevo escenario produjo un despliegue y circulación de placer sexual. El tiempo hizo que las mujeres enloquecieran por ellos: muchas eran encaradas o invitadas a salir. Ellos, con tal de tener compañía, pagaban la cena, la entrada al baile y las bebidas alcohólicas. Algunos mineros llegaban, se quedaban unos días en el pueblo y, antes de partir al campamento, hacían este ritual de compartir, situación que produjo que muchas mujeres solteras esperasen el regreso de estos “pasajeros”. Se dice que estos hombres extraños dejaron varios descendientes en la comarca y luego partieron a rumbos desconocidos.

La llegada de mineros que venían a diario produjo una demanda de placer sexual que no se llegaba a cubrir. El levante se realizaba en el boliche, la bailanta o en el pub, y en otros casos, en el callejeo de la noche. En Santa María no prosperaron lugares como los cabarets o casas de copas que sí funcionaron en otros departamentos adyacentes al emprendimiento minero (como Belén, Tinogasta y Pomán, donde existían estos lugares de servicio sexual); en cambio, hubo circulación de mujeres de varios países y provincias que venían a trabajar por el movimiento y flujo de mineros. Hasta se rumoreaba que por esos lugares pasó la joven Marita Verón,6 que habría sido captada por una red de trata de personas.

Ante la demanda de placer sexual, las temerosas maricas empezaron a merodear los lugares donde se hospedaban estos chongos,7 pero siempre pavoneándose en las cálidas noches santamarianas. En un primer momento, la Turca, una trabajadora sexual conocida en el pueblo, tomó la iniciativa de salir a caminar y pararse en algunos lugares transitados. Y hacía teje8 encarando a los mineros. Ella conocía y atendía a muchos, y ante la demanda, les hacía gamba9 con algunos de sus amigos maricones.10 Al principio estos varones no querían relacionarse con las maricas, pero la estrategia de la Turca era juntarse primero a tomar alguna cerveza y luego los engatusaba. Les decía que, antes de que cogiesen con ella, tenían que estar con alguna marica —por lo menos dejarse hacer una mamada—. Este pedido siempre terminaba cumpliéndose.

Imagen 2: Vista área de Santa María.

Con el tiempo la noche empezó a ser apropiada por las mariconas, que eran invisibles a los ojos locales, pero no ante los ojos de los mineros, quienes luego accedían al placer y goce sexual que les ofrecían las maricas y las travestis. Con el paso del tiempo, varias comenzaron a salir solas sin la Turca. Ya eran conocidas. Cada una tenía su estrategia para endulzar y cazar al chongo que llegaba al pueblo. Cada una ofrecía con astucia su servicios y cada noche esos hombres caían en las garras de las lobas que empezaron a probar esos cuerpos masculinos pasajeros, algunos alcoholizados y otros drogados con polvo blanco entre sus narices. Algunas se enamoraban, mientras que otras sólo disfrutaban de los cuerpos extraños, haciéndose penetrar todo el tiempo que fuera posible, sabiendo que no los iban a ver nunca más.

De a poco, estas prácticas de placer sexual entre los cuerpos eróticos se naturalizaron. Los mineros comenzaron a buscar a maricas y travestis, más que a las mujeres; decían que las primeras se prendían en la joda y a los deseos “oscuros”, y que hasta eran más decididas al momento del sexo grupal o cuando debían cumplir alguna fantasía sin prejuicio alguno. Muchos pedían deseos que cumplían al estar lejos de sus hogares porque no se animaban a hacerlo donde radicaban.

Algunas maricas y travestis empezaron a hacer calle todas las noches: se paraban en alguna esquina donde subían y bajaban de esos camellos blancos. Varias cobraban por los servicios sexuales y otras lo hacían por placer, porque era la única forma de coger y sentir la penetración de algún hombre. Los chongos no tenían problema de buscar y dejar a las maricas o travestis en el lugar que les pidieran. Incluso, como una forma de no sentirse solos, las hacían pasear por la ciudad cuando ya había confianza, pues muchos de ellos estaban de paso y nadie los conocía. Algunos otros permanecían un tiempo más prolongado. Las maricas intentaban ser lo más discretas posibles para no ser señaladas y que el vínculo terminase afectando a la familia con las habladurías pueblerinas, ya que muchas vivían con sus padres o hermanos.

El hotel KaSama, el hospedaje de las familias Lagoria, Reinoso y otros, se convirtieron en una especie de “sexodromo”, donde se practicaba el sexo grupal por las noches. Entre varios chongos y maricas o travestis era frecuente beber alcohol, coger y practicar voyerismo. Era parte de la distracción nocturna de un pueblo monótono y aburrido. Muchos mineros preferían a los maricones y travestis porque decían que sabían tocar y hacerles sentir placer. Estos forasteros, que estaban fuera de sus hogares, querían que les extrajeran todo el néctar acumulado en días de trabajo, y el culo de las mariconas y travestis del valle del Yokavil se convirtió en ese recipiente del deseo.

Estas experiencias se fueron transmitiendo de boca en boca entre los mineros y, durante su estadía, era un requisito probarlo, como decían en su lenguaje: “un putito no pasa nada”. Para algunos era la primera vez, mientras que, para otros, el levante era una práctica familiarizada. No sólo lo hacían en los hospedajes, sino en lugares públicos, como la costanera del rio Santa María o el camping municipal, sitios que en la época eran poco frecuentados por la noche, salvo que se anduviera en vehículo.    

Con el tiempo, la circulación de estos chongos empezó a disminuir, pues el sueño minero fue agonizando. El campamento fue desapareciendo, quedando algunos vestigios de aquella ciudad faraónica que, con el tiempo, la gente fue desmantelando: rollos de alambres, madera, chapas y carreteles de madera que los vecinos usaron como mesas o sillones de galerías para sus casas. El lugar quedó hoy con abundancia de montes y en el recuerdo. Las camionetas blancas dejaron de circular; los hoteles y hospedajes empezaron a llenarse de tierra y telas de arañas; y los bares empezaron a reducir sus mesas, en tanto que otros cerraron ante la falta de clientes que todas las noches iban por sus pizzas, lomitos y cervezas.

El erotismo y el placer sexual se empezaban a apagar, como una brasa en medio del desierto. Los mineros locales se fueron dando cuenta de que el sueño de oro no era eterno y, con el tiempo, los pocos que ingresaron a trabajar fueron despedidos e indemnizados. Algunos quedaron enfermos y convalecientes, mientras otros murieron.

Los sueños del progreso se fueron esfumando como un cigarrillo en el viento. Así también se fue muriendo la libido sexual de las mariconas en el pueblo: una libido que tuvo su esplendor con la llegada y circulación de aquellos forasteros.


  1. Este trabajo es parte de una línea de investigación sobre el gobierno de la sexualidad en la provincia de Catamarca a partir de 1980 hasta 2020. Este estudio es en el marco del Doctorado en Ciencias Humanas mención Estudios Sociales y Culturales de la Universidad Nacional de Catamarca. ↩︎
  2. Activista Travesti, ex Trabajadora Sexual, Licenciada en Trabajo Social por la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Catamarca. Docente de la Catedra de Antropología Social y Cultural de la Carrera de Trabajo Social. Doctoranda del Doctorado en Ciencias Humanas (Fac. de Humanidades-UNCa) y Becaria del IRES-CONICET-UNCA. ↩︎
  3. Actual valle de Santa María se lo conocía antes de la conquista como el valle del Yokavil. El vocablo deriva de la lengua Kakana, que se perdió con el tiempo. ↩︎
  4. Censo Santa María provincia de Catamarca de 1990 [dar clic para conducir al vínculo]. ↩︎
  5. Bajo de la Alumbrera es uno de los principales yacimientos metalíferos de oro y cobre del mundo que se explota a cielo abierto, que comprende los departamentos de Andalgalá, Belén y Santa María. El mismo fue puesto en marcha en el año 1997 y su cierre en 2018. ↩︎
  6. Fui uno de los casos de trata más resonante de la Argentina. A partir de este hecho, la presidenta de ese entonces, Cristina Fernández de Kirchner, modifica la ley de trata, corriendo a la clandestinidad a las personas que ejercen el trabajo sexual. Asimismo, la madre de Marita creó la fundación María de los Ángeles contra la trata de personas. ↩︎
  7. Nota del editor: en el hablar local, chongo alude a un hombre deseado sexualmente por su apariencia varonil. En algunos casos, también refiere a una persona que, sin entablar una relación afectiva profunda, se frecuenta con la finalidad de tener sexo. ↩︎
  8. Hacer teje es parte del lenguaje travesti. Es una palabra polisémica que, en este caso, quiere decir “hacer levante”. ↩︎
  9. “Presentar a una o varias personas”. ↩︎
  10. Se toma esta categoría como lenguaje nativo, al igual que travesti y putito. ↩︎

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