Cifrado en símbolos que se despliegan a lo largo de la ciudad, el erotismo germina de maneras muy distintas. Acaso la sabiduría no radique en vedarlo o esquivarlo, sino aprender a identificarlo en sus formas más nobles. Dada la vitalidad que despierta entre los individuos, el erotismo se forja como un acto político en que la emancipación siempre resulta posible.1
Por: Verónica Martínez Robles 2
Lujo, exceso, desinhibición, estridencia…fiesta por todo lo alto —literalmente—. Escena del 65 aniversario de Jep Gambardella, en La grande belleza, de Paolo Sorrentino. Música, concurrencia de excentricidades que personifican un aparente colectivismo erótico puro. Diversidad, alcohol, drogas y diversión infinita en lo más alto de la ciudad. Estar más arriba que todos los demás: ostentar y demostrar el poder, y la propensión natural humana a la estimulación de la sensualidad. Abajo una ciudad difusa sostiene lo que sucede arriba, es decir, es la que hace posible que un puñado de mundanos excéntricos pueda abandonar el letargo, la indiferencia y la depresión que le produce su propia banalidad, para entregarse a una euforia colectiva efímera, sólo vistos por ellos mismos, pero incapaces de verse a sí mismos.
A lo largo de la película, el entrañable Jep no hace otra cosa que sentir nostalgia de aquello que daba sentido a su vida, que lo apasionaba, que lo inspiró: su búsqueda de la gran belleza prometida por la ciudad, pero que, personificada de mundanidad y frivolidad, la hizo perdediza. Poco a poco descubre y se nos desvela que esa belleza está en lo más sutil de la vida, en personas auténticas que son capaces de encontrarse satisfechas consigo mismas y su realidad, belleza que está en sus recuerdos de infancia y juventud, en aquello que perdura alrededor de los recuerdos, como suelen ser los aromas de lo entrañable.
Sobreviene la pregunta si la ciudad es el enemigo por vencer y si volvernos auténticos sólo es posible alejados de ella, de su naturaleza mundana…
La ciudad se concibe como un lenguaje cuajado de signos que posibilitan su lectura y la hacen habitable, pero también es un lugar donde se producen símbolos y, a partir de ellos, significados. Algunos de estos símbolos son plenamente explícitos; otros no son descifrables para todos. Pero también hay algunos más ocultos en una especie de estructura inconsciente, lo que los hace temibles porque subyacen a nuestras acciones en un subconsciente colectivo una vez que se han asumido. Las ideologías impregnan nuestras ciudades. Lo hacen para imponer una vida fragmentada y cosificada, mientras se dosifica en acciones tendientes a alimentar un poder omnipresente. Una ciudad que nos sujeta a favor de sí misma, como garante del capital soberano que es inmanente a ella. Esa ciudad que todo lo ve, que todo lo sabe y que nos predestina a una forma de vida que sea garante de la suya: es su forma de alimentarse.

La ciudad surge desde la desigualdad, estratifica, segmenta, exclusiva. Por esa razón, el texto del plano consciente de la ciudad, por donde transcurren nuestras vidas, se conforma de un lenguaje asequible a cualquier intelectualidad, porque conviene su eficacia, ya que lo que importa no es hacernos pensar, sino hacernos actuar: trabajo y consumo. Sin embargo, ese otro lenguaje que subyace en el inconsciente de la ciudad penetra en nosotros a través de una multiplicidad de símbolos y la transmisión de mensajes continuos que, poco a poco, nos llevan a pensar que determinados deseos son nuestros deseos y que ciertos placeres son una necesidad. No hay mejor manera de perder la autenticidad que estar perdidos en estos deseos ajenos, impostados a golpe de insistencia.
Dichos deseos son los que hacen que todo aquello que abulta el poder omnipresente del capital sea gloria para algunos y dolor para otros. Se constituye, así, una ciudad carismática que ofrece placer a costa del sufrimiento. Pero no todo es tragedia en ella. La ciudad, como constructo social, imperfecta e inacabada, nos interpela continuamente con sus contradicciones, nos contraría, nos ofrece la oportunidad de ver en su inconsciente y descubrir aquello que nos sujeta para emanciparnos, para revelarnos como sujetos políticos.
Desde la óptica marxiana se da un doble movimiento del placer sensual, ya que, por un lado, el sujeto actúa de manera autónoma a favor de su libertad y sus derechos, politizándose; pero, por otro lado, también se entrega al yugo de una heteronomía colectiva. El sujeto se subjetiva en la colectividad y se politiza en su lucha por la libertad. En ese sentido, la lucha hacia la libertad deviene en sensualidad armónica, y la atadura a la heteronomía colectiva deviene en la práctica de una sensualidad distorsionada por el ejercicio del poder, ésa que moviliza hacia la dependencia y las ataduras, comparable sólo con cualquier sustancia externa que puede ser indispensable para un estar bien aparente y fugaz, pero también para sobrevenir en padecimiento, que genera adicción y dependencia, que encamina hacia la muerte del ser en tanto se pierde conciencia, sensibilidad y, en el extremo, la razón.
Una vez que la práctica de esa sensualidad se distorsiona, como una sexualidad sujeta a la objetivación, producida como mercancía a través de dispositivos de alienación y control, el erotismo se pierde, se pervierte, deviene en cosa prohibida, se oculta porque avergüenza, se enmascara. Pero es en el mismo sujeto donde se halla la posibilidad para revelarse, al identificar tanto los dispositivos como los símbolos y los mensajes que le llevaron a perderse en deseos impropios —porque fueron impostados— y estar sujeto a ellos, pues, aunque se cristalizan en placeres que por momentos se alcanzan, no le otorgan una satisfacción plena y siempre se echa en falta algo. Se trata de un erotismo efímero que desaparece ante un símbolo nuevo y su mensaje consecuente, condición que genera inmediatamente la necesidad de otro deseo inalcanzable. Es el eterno retorno del deseo, la dependencia a él con cara de una necesidad nueva, cuando la necesidad subyacente es la del sentir el deseo por algo: una búsqueda eterna, la esclavitud como felicidad, el entreguismo a lo mundano.

La libertad estriba en desvelar aquello que sujeta al individuo, que lo objetiva y que lo hace proclive a placeres dolidos. La libertad es el ejercicio político de mostrarse sensible al erotismo noble, fuera del ejercicio del poder, externo al sometimiento de otro, íntimo tanto como colectivo, porque está presente pero no es explícito, se percibe pero no es evidente. Son epifanías breves, pero insistentes, que nutren nuestra vida, que nos permiten observarnos sin máscaras, como seres auténticos que no necesitan construir su felicidad a costa de otros, sino que son capaces de encontrar la belleza en la sutileza de lo inacabado. El erotismo es un umbral que puede llevar al placer sexual, pero no como ejercicio de sometimiento y de poder. Aunque podemos mantenernos en dicho umbral, atravesarlo le da valía y lo vuelve perdurable.
Un erotismo libre obliga a su creación y recreación, a trabajar en nuestra sensibilización, a identificarlo internamente para ser capaces de percibirlo y sentirlo fuera de nosotros, en abundancia, en brotes eternos de felicidad. El erotismo exige un trabajo personal, fortaleciendo nuestra esencia más constructiva e innovadora: un erotismo que alude al otro, pero que no lo daña porque no lo concibe como mercancía. Un erotismo que libera al ser porque es perdurable, que vive e incluso persiste impregnado de añoranza y de nostalgia, nos es propio por naturaleza. En esa condición estriba su bondad: vive en nosotros y, por tanto, también vive en la ciudad. Sólo hay que usar las lentillas adecuadas para desvelarlo y, aún mejor, sentirlo.
- Este artículo está afiliado a las profundas ideas desarrolladas por Gilles Deleuze y Félix Guattari sobre el deseo, en que subyace tanto Baruch Spinoza como Friedrich Nietzsche. Sobre los dispositivos de control, desde luego, alude a Michel Foucault. Especialmente, y tratándose del Capital y del sujeto político, inevitablemente remite a Karl Marx. Mi agradecimiento a Gerardo Sigg por su cruda crítica, sabia agudeza y su acertada corrección. ↩︎
- Catedrática y filósofa urbanita. ↩︎
Nota sobre las imágenes: todas las fotografías del artículo fueron obtenidas del sitio web de Pexels. A continuación, se enlistan los créditos autorales y se refieren sendos enlaces dentro del sitio, en caso de no estar disponible la referencia de Instagram:
a. Imagen de la portada: Steven Knigth [@steven_knigth07].
b. Imagen 1: Thang Cao [@victor_cao_05].
c. Imagen 2: usuario “KoolShooters” [@koolshooters].