Entre los límites, prohibiciones y censuras que marca la sociedad moderna, se vuelve fundamental dialogar sobre posibilidades y alternativas de vivir la sexualidad. Los controles que impone la cultura sobre el deseo no son menos eficaces que las restricciones sobre el cuerpo. Curiosamente, repensar el placer puede ser una de sus fugas: la diligencia del individuo rumbo a su emancipación.
Por: María Paulina López Cataño 1
Si hay algo que encarna todos los misterios y al mismo tiempo
todas las certezas, es la sexualidad.
Se ha sostenido que la sexualidad humana ha estado relegada a un espacio de prohibición y censura, manteniendo un pacto silencioso de aquello que no debe nombrarse ni practicarse. Sin embargo, más allá del silencio, la sexualidad ha sido constituida como un objeto de conocimiento, produciendo discursos que definen qué puede decirse, pensarse y practicarse, y qué queda fuera de los límites de lo posible. Onfray (2002) sostiene que estos saberes operan como dispositivos de poder que producen y regulan la experiencia sexual humana.
Desde el concepto de “dispositivo de la sexualidad”, Foucault (1977) plantea que la regulación no opera como una prohibición directa impuesta por un Otro externo y superior, sino a través de una “microfísica del poder”, que produce saberes sobre la sexualidad mediante discursos insertos en las prácticas cotidianas, generando así subjetividades específicas.
Los discursos naturalistas conciben al cuerpo como un instrumento con funciones predeterminadas, con una anatomía y una fisiología que está establecida por naturaleza, y que sólo obedece a un orden natural. El cuerpo también se configura como un medio de expresión que comunica lo interno —emociones, pensamientos— a partir de un límite topográfico que marca el adentro y el afuera del sujeto. No se trata, sin embargo, sólo de un contenedor, sino una instancia que regula la manifestación del placer. Esta expresión debe ser modulada, ya que se corre de forma permanente el riesgo a dejar escapar un exceso, que puede ocasionar que la vivencia de la sexualidad transcurra de manera inapropiada, llevando a que el sujeto ponga en peligro el cuerpo mismo.

Desde las perspectivas críticas, el cuerpo no se entiende únicamente como el efecto de la evolución de aspectos biológicos y genéticos, que hacen que este conjunto de órganos funcione de manera automática. El cuerpo hace parte de la construcción social (Détrez, 2017). Los discursos sobre la sexualidad devienen en prácticas pedagógicas que buscan la regulación del placer y, efectivamente, construyen el cuerpo desde lo social, a través de lo que Butler (2002) nombra “performatividad”, entendida como el poder que poseen los discursos para producir, de manera reiterada, los fenómenos que busca regular. Así, no solamente se impone un límite entre el cuerpo hegemónico y el cuerpo marginado, sino que se crea materialmente un cuerpo que siente o no placer.
La regulación del placer sexual opera en el cuerpo de tal manera que logra silenciar las 8,000 terminaciones nerviosas del clítoris, órgano cuya única función es el placer. El discurso religioso-moralizante, particularmente el de la tradición judeocristiana, ha producido un saber sobre la sexualidad que la enmarca dentro de la institucionalidad del matrimonio heterosexual, donde la función principal es la reproducción. El ideal es vivir en castidad, tanto fuera como dentro del matrimonio. La castidad se configura en un estilo de vida desde el cual se regula —bajo el discurso del respeto sacro por el cuerpo— el deseo, los pensamientos y la vivencia encarnada de la sexualidad. Este discurso crea, entonces, un cuerpo-templo, que debe ser cuidado y respetado.
Dentro del cuerpo-templo, el placer sexual se concibe como un asunto secundario, subordinado a la aspiración del matrimonio heterosexual y la conformación de una familia tradicional. En este marco no se silencia al placer sexual femenino, sino que se produce un saber sobre él, definiéndolo como más lento, controlado y mediado por sentimientos de amor conyugal. En contraste, el placer sexual masculino se presenta como incontrolable, en tanto que los estímulos deben ser regulados para evitar el desborde, recayendo en las mujeres la responsabilidad de conocer —mediante la pedagogía— estos límites, para no provocar estímulos inadecuados en el otro.
Desde el discurso médico-biológico también se ha producido un conjunto de saberes acerca de la sexualidad humana. A través de investigaciones de largo alcance, como los estudios realizados por Kinsey (1948) y Masters y Johnson (1966), se consolidó un corpus académico monopolizado por la medicina basada en la evidencia, sustentado en estudios que incluyeron principalmente una población blanca, norteamericana y de clase media. Esta producción de saberes no sólo se ha limitado a describir la dimensión biológica de la sexualidad, sino que también ha trazado divisiones entre las conductas sexuales “normales” y las “abyectas”, así como entre el funcionamiento sexual “normal” y el “patológico”. Dicha patologización de ciertas formas de placer es descrita en los manuales de psiquiatría como “parafilias”.

Este discurso médico-biológico (a partir de la construcción de saber sobre la sexualidad y la concepción de sujeto, derivada del pensamiento médico esencialista, evolucionista y cuantitativo) crea y reproduce la categoría del “cuerpo-máquina”. En esta lógica, la regulación del placer se impone desde el campo médico: cuando la respuesta esperada ante un estímulo no se produce, se interpreta como una falla o enfermedad que debe ser tratada. El cuerpo, entonces, debe ser intervenido —mediante tratamientos, medicamentos o terapias— para corregir su funcionamiento y ajustarlo a los parámetros normativos.
¿Qué es lo que se produce ahora?
Que hoy se hable más abiertamente de sexualidad no implica necesariamente que se lo haga desde una mirada crítica. La sexualidad, aunque en parte liberada de los discursos religiosos y médicos, ha sido cooptada por otros poderes, en que también operan imperativos de estética, asepsia y performance. Por cada pregunta surge una certeza monolítica. Entre tantos cambios y revoluciones, sobrevive la producción de saber sobre la sexualidad. Un saber que se origina en el poder, en las certezas, en los absolutos. Un saber al que intentamos acceder mediante el consumo de información rápida, sin exponernos a la vulnerabilidad ni a la singularidad. En lugar de sostener las preguntas abiertas, buscamos consumir respuestas universales, sencillas, reducidas a tips.
Estos discursos no solamente se configuran como prácticas pedagógicas, sino también como productos de consumo instantáneo que solucionan cualquier malestar o duda: “píldoras para aumentar el rendimiento”, listas de “10 pasos para despertar el deseo sexual”. Como lo hicieron los discursos naturalistas, esta lógica nueva también produce cuerpos: un cuerpo hegemónico —que rinde, que funciona, que desea siempre, que todo lo sabe, que es bello y limpio—, mientras que los demás cuerpos son relegados a la vergüenza y al silencio.
Pese a lo anterior, no pueden olvidarse todas las perspectivas que, desde siempre, han interpelado lo hegemónico, creando otras formas posibles de vivir la sexualidad. Estas miradas, que transgreden las verdades absolutas, abren la posibilidad de construir multiplicidades de cuerpos y sexualidades diversas. La atención debe mantenerse en la forma en que se está construyendo hoy el saber sobre la sexualidad, apostando por un conocimiento que se construye a partir de una mirada autocrítica. La invitación es a sostener abiertas las preguntas, a habitar la complejidad, a darse permiso de construir formas singulares de vivir la sexualidad; de igual modo, a invitar a la multiplicidad de voces que habitan en los seres humanos, a crear espacios seguros para todas las subjetividades y todos los cuerpos, y a dar lugar a la fragilidad, a la vulnerabilidad y al saber en proceso permanente de reconstrucción.
Referencias
- Butler, J. (2002). Cuerpos que importan: Sobre los límites materiales y discursivos del sexo. Buenos Aires: Paidós.
- Détrez, C. (2017). La construcción social del cuerpo. Bogotá: Editorial Universidad Nacional de Colombia .
- Foucault, M. (1977). Historia de la Sexualidad I, La voluntad de saber. Mexico: Siglo XXI Editores.
- Kinsey, A. (1948). Sexual behavior in the human male. W.B. Saunders.
- Masters, W. y V. Johnson, (1966). Human Sexual Response. New York: Little, Brown and Company.
- Onfray, M. (2002). Cinismos. Buenos Aires: Paidós.
- Psicóloga e investigadora en sexualidad. ↩︎
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