SUSCRÍBETE

¿Es vigente el amor romántico?

Por: Cinthia Cruz del Castillo

A menudo hiperbólicas y desmedidas, las maneras con que se representa al amor romántico han embriagado a varias generaciones: finales felices de películas, comedias románticas y otros destellos de amores idealizados. Dichas exuberancias, sin embargo, han disminuido con el paso del tiempo, pues el amor romántico parece ceder sus espacios a otras formas de relacionarse. Acaso no sea únicamente el amor lo que cambia, sino una maquinaria mucho más compleja.

Por: Cinthia Cruz del Castillo 1

¿Somos todos los seres humanos capaces de amar? ¿Cuál es nuestro primer contacto con el amor? ¿Amamos más en ciertos momentos de nuestra vida? ¿Aprendemos a amar o es algo espontáneo? ¿Se nos agota el amor? ¿Amamos igual cada vez? ¿Hay formas generacionales de amar? ¿Podemos amar a la vez a varias personas? ¿Todos los amores son genuinos? ¿Es un valor el amor? ¿El amor romántico es estructuralmente diferente a otros tipos de amor? ¿Después del amor siempre ocurre el desamor?

Muchas son las preguntas que surgen en torno al amor, y en específico en torno al amor romántico. Hace más de dos décadas tuve la oportunidad de escribir sobre el amor romántico y el desamor, y en ese texto retomé a varios de los teóricos que han escrito al respecto. Haciendo un pequeño resumen, los textos consideran al enamoramiento como un proceso que inicia al interactuar con un estímulo muy atractivo y novedoso. En este proceso intervienen diversos neurotransmisores que nos brindan un gran estado de placer y satisfacción cuyo pico más alto suele ocurrir en los primeros momentos de interacción. Es tan intensa la sensación de placer y satisfacción al estar enamorados que las sensaciones experimentadas se equiparan al consumo de algunas drogas. De ahí que el amor romántico sea y haya sido el centro de historias impresionantes, poesías innumerables, pinturas extraordinarias, acciones extravagantes y actos irracionales e inimaginables. El amor romántico da el impulso, la energía, el sentido de vida y la motivación de mover montañas, cambiar de país, de nombre, de familia.

Tal es la energía que se invierte en el proceso del enamoramiento por ser un estado emocional tan intenso que no podría sostenerse a lo largo del tiempo. Las sensaciones de placer y satisfacción inigualables van descendiendo conforme el tiempo avanza y conforme el estímulo amoroso deja de ser novedoso, ya que, entre mayor interacción con el estímulo amoroso, sorprende menos y se vuelve menos atractivo. Los teóricos explican cómo esa sensación va disminuyendo en intensidad y se transforma, por la liberación de otros neurotransmisores, en un amor diferente, más calmado, llamado “amor de compañía”. Esto ocurre si la relación no ha terminado aún, ya que, cuando se dejan de experimentar las primeras sensaciones del enamoramiento, la atribución más común es que el amor se acabó. En este punto es relevante mencionar que las preferencias amorosas salen a la luz: por un lado, encontramos individuos que se quedan o se acomodan con este amor de compañía sin sensaciones extremas; por otro, hay individuos que prefieren el placer intenso y la novedad, teniendo una y otra relación.

El amor, como lo pinta la teoría, se ve interferido por muchas variables de la vida real. En lo cotidiano se observa cómo las vivencias amorosas siguen caminos diferentes que se desvían de lo teórico, ya sea por lo cultural, la familia de origen, lo generacional, los rasgos individuales, el sexo biológico o la orientación e identidad sexual, sólo por mencionar algunas variables. Por ejemplo: nacer en México o en Alemania; haber nacido en 1820 o en 2012; tener un padre científico y sin creencias religiosas o un padre tradicional; ser tímidx o excesivamente sociable; nacer hombre o mujer. Todas estas características individuales definen el curso del amor romántico, la unicidad de cada relación y de cada vínculo corto o largo.

En lo real, las cifras nos hablan de altos índices de embarazo adolescente, de violencia en el noviazgo y de crímenes pasionales. Las cifras de divorcios, infidelidades, depresiones por rupturas, violencia de pareja dibujan el lado oscuro del amor romántico. Nos muestran, además, las consecuencias que, a lo largo de todos los tiempos y lugares, han tenido los mitos acerca del amor.

Aquí surge el desamor, que también ha ocupado un gran espacio en la literatura, pero, sobre todo, en las vivencias humanas. El proceso del desamor, al igual que el del enamoramiento, está lleno de emociones que llegan a una intensidad poco común. La desolación, el desánimo, la ansiedad, el enojo son algunas de las emociones que se experimentan ante una ruptura amorosa y/o ante la certeza de que el objeto de amor no es lo esperado. En muchos casos, el proceso del desamor es más largo que el del amor: amores que duraron semanas o pocos meses y que aún generan emociones años después —en algunos casos, para toda la vida—.

De acuerdo con nuestra configuración humana, solemos recordar mucho más los eventos o estímulos desagradables que los eventos positivos. No sin precisar que esta reacción dependerá del papel que se desempeñó en la diada, y si el individuo en cuestión decidió terminar el vínculo o tuvo que aceptar la decisión del otro/otra. Un aspecto relevante, y que se suma a la intensidad de las emociones durante el proceso del desamor, tiene que ver con el tipo de relación o vínculo que se establece: esto es, si desde un inicio la relación tiene un propósito pasional, casual y con poco compromiso o, en cambio, si se trata de un vínculo de larga duración y lleno de compromiso y expectativas.

Por otro lado, no se pueden dejar de lado las historias felices ni los testimonios de uniones largas y satisfactorias que comenzaron con un amor a primera vista, sueños cumplidos y expectativas alcanzadas. Posiblemente en estas historias de amor aparecieron otras influencias, como una mayor educación, viajes a otros lugares, una mayor conciencia individual, lo que contribuye de algún modo a disminuir el mecanismo de idealización de los otros. Cabe indicar, sin embargo, que todavía en la actualidad no es claro qué es lo que más juega a favor y/o determina las relaciones saludables, equitativas y respetuosas, y cómo el amor romántico participa en estas experiencias.

Imagen 1: Representación del amor.

En el intento de responder algunas de las preguntas iniciales de este texto, respecto a las cuestiones generacionales se ha documentado que, a partir de la generación Y (1981-1996), la influencia de los medios, el internet y los celulares inteligentes cambiaron por completo la percepción del amor romántico y de la vida en general. Las divisiones territoriales quedaron desdibujadas debido al uso de la tecnología en la vida cotidiana y en la laboral, cuestión que incrementó las interacciones entre culturas y modificó las expectativas hacia el amor romántico. Haciendo un estimado, las personas que nacieron en 1981 tienen actualmente 43 años, y los que nacieron en 1996, 29, por lo que la mayoría de ellos ya han tenido experiencia con el amor romántico.

Cifras globales interesantes muestran que la llamada “generación silenciosa” (quienes nacieron entre 1928 y 1945) reportaron 65% de personas casadas; los baby boomers (1946-1964), 48%; la generación X (1965-1980), 36%; y millennials o generación Y, 26%. Sin asumir que el matrimonio es un resultado del amor romántico, llama la atención la disminución generacional de las cifras. Puede observarse que la caída en el porcentaje de la generación silenciosa respecto a los baby boomers, y la de estos últimos frente a la generación X es de 17% y 12% respectivamente. Dicho descenso es mayor al que ocurre entre la generación X y la Y, que corresponde a 10%. Esta situación nos lleva a pensar en muchos otros factores que pueden considerarse en esta disminución de personas casadas, por ejemplo: el uso de anticonceptivos, que para las mujeres ha significado poder tener relaciones sexuales por placer, sin el riesgo de embarazarse y, por tanto, experimentar con un mayor número de parejas, además de postergar la decisión de casarse o decidir no hacerlo.

Respecto al aplazamiento en la decisión de casarse, las cifras señalan que, en la generación silenciosa, los hombres se casaron entre los 23 y 25 años, y las mujeres entre los 20 y 22; mientras que, en la generación Y, los hombres se casaron entre los 29 y 30, y las mujeres entre los 27 y 29. Adicionalmente a la postergación en la decisión de casarse, a partir de la década de 1990 aparecen principalmente en Europa las parejas LAT (Living Apart Together), que en la actualidad es un tipo de pareja común, y el fenómeno de los roomies, que se despliegan como formas alternativas de vivir, convivir y amar, y que, de algún modo, resultan de todos los cambios experimentados generacionalmente.

Al observar las cifras y los nuevos fenómenos, se podría decir que el amor romántico se ha desdibujado en la actualidad. Los cambios a nivel laboral han llevado a que principalmente las mujeres busquen mayor independencia, ya que las encuestas indican que 58% de la población femenina emprendedora en México son millennials. Además de todas las interferencias al amor romántico ya mencionadas, debe coexistir con otros amores, como el amor maternal, el amor hacia Dios, el amor fraternal, el amor entre amigos o el amor a la naturaleza, sentimientos que le restan espacio e importancia.

De todo lo ya dicho, en mi caso, y respecto a las influencias que pude haber recibido para mi concepción del amor romántico, puedo compartir que me tocó nacer en 1977 en la Ciudad de México, con padres mexicanos, ambos con estudios superiores, aunque de origen rural y arraigados a los papeles tradicionales de ser hombre y mujer. En ese entonces, además de la educación directa de los padres, estaba la televisión en una versión muy diferente a la actual: los mismos canales para todos y los mismos programas. Con tres hermanos pequeños y las obvias ocupaciones de mi madre, tuve acceso no solamente a las caricaturas propias de mi edad, sino también a las telenovelas, donde comenzó mi historia con el amor romántico. Recuerdo la ilusión que me hacía ver a los protagonistas enamorados, y cómo ése parecía ser el momento más deseado y feliz de sus vidas. No sólo fueron las telenovelas, sino también las películas de Disney, que eran a las que teníamos acceso. Al ser adolescente, y con la coexistencia de los cambios hormonales propios de la edad, el sueño mayor de mi vida era encontrar al hombre perfecto, para el romance perfecto y la vida perfecta. A los quince años pensaba al amor exclusivamente como el amor romántico, como ese momento mágico de conocer a ese humano ideal que te complementaría con lo que no tienes, como las piezas que te faltan de tu rompecabezas y que embonarán perfectamente con las tuyas. Los supuestos aprendidos acerca del amor romántico te sitúan en una situación vulnerable y riesgosa. En este punto aparece uno de los mecanismos más comunes para asumir que encontraste a la persona perfecta: la idealización. Idealizamos a esa persona con rasgos e intenciones que no tiene.

Concluyendo acerca del amor romántico, sumando la teoría con mi experiencia personal, considero que el amor romántico es único en su clase, que se distingue de otros amores y que es el amor más arriesgado: la experiencia amorosa de más corta duración, pero la más intensa. Después del primer amor, aunque haya tenido un final inesperado y triste, no renuncias al próximo amor. La única diferencia entre el primer amor y el segundo es que ya sabes lo que podrás sentir (cosa que no frena que te involucres nuevamente); que el dicho de “nadie experimenta en cabeza ajena” embona perfecto; que ni las historias, ni las películas, ni las anécdotas familiares detendrán a la persona que se enamora, sea correspondida o no, porque asumimos que nuestra experiencia será 100% positiva, satisfactoria y diferente a lo que nos han contado…que la ráfaga de neurotransmisores hará su trabajo y el dicho “el amor es ciego” tomará su lugar.


  1. Psicóloga social e investigadora. ↩︎

SUSCRÍBETE
Sólo te notificaremos cuando se publiquen números nuevos o artículos especiales.